La suerte de los hombres de todas las naciones no se decidirá si antes no se decide el problema de la paz y de la organización del mundo. No habrá una revolución eficaz en ninguna parte del mundo antes de haber hecho esa otra revolución. Todo lo demás que hoy se dice en Francia es fútil o interesado. Y hasta iría más lejos. No sólo no cambiará duraderamente el modo de propiedad en ningún punto del globo, sino que los problemas más simples, como el pan de cada día, la gran hambre que retuerce los vientres de Europa, el carbón, no alcanzarán ninguna solución mientras no se haya creado la paz.

Todo pensamiento que reconoce lealmente su incapacidad para justificar la mentira y el homicidio se ve arrastrado a esta conclusión a poco que le preocupe la verdad. Sólo le queda, pues, aceptar tranquilamente este razonamiento.

Reconocerá así: 1° que la política interior, considerada en su soledad, es un asunto propiamente secundario y además impensable; 2° que el único problema es la creación de un orden internacional que aporte por fin las reformas estructurales duraderas que definen la revolución; 3° que ya no existen, en el interior de las naciones, más que problemas de administración que hay que solucionar provisionalmente, y lo mejor posible, a la espera de un remedio político más general y por ende más eficaz.

Habrá que decir, por ejemplo, que la Constitución francesa no se puede juzgar sino en función del servicio que rinde o no a un orden internacional basado en la justicia y el diálogo. Desde este punto de vista, la indiferencia de nuestra Constitución frente a las más simples libertades humanas es condenable. Habrá que reconocer que la organización provisional del abastecimiento es diez veces más importante que el problema de las nacionalizaciones o de las estadísticas electorales. Las nacionalizaciones no serán viables en un solo país. Y aunque el abastecimiento tampoco pueda solucionarse sólo en el mero plano nacional, al menos es más apremiante e impone recurrir a remedios, por provisionales que éstos sean.









fragmento - Albert Camus 
en "Ni víctimas ni verdugos", 
Combat, nov 1946 - blog descontexto.